La RYM tapa en TIEMPO ARGENTINO Sup. 7D

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La ruta de la yerba mate
12.10.2013 | Diario Tiempo Argentino | Nota de Tapa Suplemento 7 Días




SOCIEDAD
Para los conquistadores era un "brebaje diabólico", para los inmigrantes de Alemania y Europa del Este del siglo XX, un desafío a la voluntad, para el pueblo guaraní, su identidad. Historia y mística desde las Cataratas del Iguazú a los Esteros del Iberá.
Por Denise Tempone (Desde Misiones y Corrientes) - Fotos: Gustavo Pascaner

El ruido era interminable. Llevaba días sonando y no había modo de alejarse de él. ¿Estaba en el cielo? ¿Venía de las entrañas de la tierra? El fuerte zumbido, que fatigaba los oídos y se volvía exasperante, obligaba a la expedición a desentrañar el misterio o entregarse al terror. ¿Qué era todo ese escándalo natural que los acompañaba hacía kilómetros? "El río da un salto y cae el agua en la tierra. Tan grande es el golpe que de muy lejos se oye; y al caer con tanta fuerza, la espuma vuelve a levantarse dos lanzas (cinco metros) y aún más".

Entre orquídeas salvajes, bromelias, helechos y arbustos, Álvar Núñez Cabeza de Vaca finalmente lograba abrirse paso en la selva para mirar incrédulo, esos enormes e incansables chorros de agua y describirlos con esas palabras en su diario de viaje. Era 1541 y aunque Cabeza de Vaca, a quien luego la corona española le otorgaría el título de "Adelantado" por sus expediciones, buscaba simplemente un atajo hacia Asunción, daba accidentalmente con las Cataratas del Iguazú. No sólo "descubría" una de las maravillas del mundo. Comenzaba a escribir, sin saberlo, un importante capítulo en la historia del mate.

Hoy, casi medio milenio después, risueños y encantados, muchos extranjeros tomarán mate por primera vez en este lugar. Tal como, 497 años antes, hicieron esos exploradores. En las cataratas, ahí donde los europeos conocieron a los guaraníes y su incomprensible brebaje, comienza la ruta de la yerba. Bienvenidos.

Una planta arisca. Si, parados en cualquier rincón de este parque o de las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio –todos puntos del circuito matero– lográramos que las rocas hablaran, ellas nos contarían qué tan difícil fue el encuentro de los europeos con la yerba. Nos dirían que en realidad, la yerba no hizo más que canalizar la profunda incomprensión que sentían ellos sobre la civilización guaraní. "Brebaje diabólico", así catalogaron a esa bebida extraída de la exótica planta silvestre que crecía sola en la selva y que los guaraníes compartían de un mismo recipiente con una bombilla, a cualquier hora del día.

No es de extrañarse entonces que cuando en 1609 las primeras misiones jesuíticas llegaron a este preciso lugar para domesticar y evangelizar a este pueblo, hayan decidido prohibir su consumo por considerarlo promiscuo y distractor. Tuvieron que reconsiderar la medida poco tiempo después, cuando se enfrentaron a la evidencia de que el rendimiento físico de los colonizados había bajado notablemente. Entonces, por primera vez miraron al árbol yerbatero con admiración: había propiedades en él que desconocían y que debían contemplar.

Cuando finalmente intentaron cultivarla, la planta se reveló arisca. No importa cuántas semillas se plantaran, qué tanto abono se usara y cuánto riego le dieran, pocos brotes veían la luz. ¿Cómo algo que parecía crecer como un yuyo en cualquier hoyo de tierra roja de la de la provincia, ni se dignaba a romper la semilla cuando se le garantizaban todas las condiciones propicias para la vida? Habrá que esperar la visita a la cooperativa Piporé para que Ángel Horrisbersger, uno de los empleados más antiguos y ahora socio y guía de las visitas, revele el enigma. "El secreto es que la semilla crecía sólo al pasar primero por el estómago de las aves. Debido a los misteriosos procesos químicos que se daban en sus pancitas", explica con sus ojos azules posados en las plantaciones ya crecidas a los bordes de las rutas y caminos de la localidad de Santo Pipó donde se encuentra la planta. "Cuando los jesuitas descubrieron esto, comenzaron a darle de comer las semillas a las gallinas. Luego recogían sus excrementos y esperaban la germinación", explica.

Persevera y cosecharás. La técnica quedaría perdida por casi 150 años, luego de que los jesuitas fueran expulsados, por lo cual, los nuevos productores del siglo XX, deberían comenzar de cero para dar con el secreto. Soda cáustica, agua hirviendo y cenizas fueron algunos de los señuelos que se utilizaron para hacer prender la semilla. Alberto González, quien hoy supervisa la germinación de plantas de Playadito, en Colonia Liebig, vivió en carne propia el desconcierto: "probé con agua oxigenada y hasta con Coca Cola, nada funcionó", confiesa entre risas. Pero a pesar de que hoy sabe cómo hacerlas prender, no lo revelará: ninguna yerbatera revela sus trucos. Aun así, asegura que sigue siendo impredecible la germinación: de cada 100 kilos de semillas plantados, solo germinan 13. El porqué aún es un misterio.

Sin embargo, todo el esfuerzo vale la pena ya que, como afirma Ángel Horrisbersger, incluso las plantas que parecen destruidas post-cosecha, cuando ya se cortaron sus ramas, seguirán creciendo llegada la primavera. "Y lo harán durante cien años", explica, mientras disfruta la sorpresa de sus oyentes. Aunque hoy se muestra apasionado y experto, Ángel, que es técnico mecánico, asegura que nunca fue su intención dedicarse a la industria yerbatera, las circunstancias económicas lo llevaron hacia eso.

Su biografía coincide con la de la mayoría de los inmigrantes europeos que hoy son parte de esta nueva ruta y que aprendieron a quererla aunque no estuviera en sus planes. Muchos de quienes están detrás de las productoras más importantes de Misiones, y que se pueden visitar, como Aguantadora, Amanda y las mencionadas, llegaron desde Alemania, Ucrania y Polonia a comienzos del siglo XX, encandilados por la promesa de obtener campos para trabajar. Hambrientos y esperanzados, desembarcaron en Misiones y Corrientes sólo para comprobar que esas tierras a las que llamaban "campos" eran, en realidad, pedazos de selva infranqueables para la voluntad humana. Por esta razón, con el corazón roto, muchos decidieron buscar nuevos rumbos. Otros, se quedaron. Esos conquistadores y sus descendientes reciben, hoy, a los visitantes para contarles en primera persona lo acertado que fue perseverar.

Pioneros. Ya a principios del siglo XX, mientras los grupos de recién llegados se aliaban en cooperativas para lograr abrirse espacio en el monte, un poderoso empresario alemán buscaba formar un pueblo entero para conquistar una nueva industria. Su creación marca otro hito en esta ruta. Otto Bemberg tenía buenos antecedentes, su cervecería, Quilmes, venía funcionando bien en Buenos Aires desde 1893. Por eso, cuando desembarcó a pocos kilómetros de las Cataratas en 1923, a nadie le sorprendió que lograra algo inédito hasta entonces, una plantación "doméstica" de mil hectáreas y un pueblo de avanzada, con su propia estafeta postal, electricidad y hasta cine propio. Puerto Libertad se llamaba en realidad Puerto Bemberg y estaba diseñado a medida. Llegó a tener 3.500 habitantes y a ganarse la reputación de pueblo pionero. Sin embargo, casi dos décadas y media después de su fundación, Perón expropiaba al grupo y cambiaba el nombre del lugar a Villa 25 de Mayo. Más tarde, con el derrocamiento del gobierno peronista, quedaría su nombre actual, y las empresas volverían a la familia Bemberg, quienes no resucitarían la fábrica pero sí uno de los hitos de la Ruta de Yerba: la sensual posada familiar construida en los años ’40.

Hoy, como un oasis en medio de la selva, la Posada ofrece su propio puerto, una gran biblioteca, piletas naturales del arroyo Guatambú y cuenta, incluso, con su propia huerta orgánica, su bodega y su propio vivero autóctono. A sus alrededores, aún pueden visitarse las viejas estructuras de la planta que ya no funciona y obtener una foto mental casi perfecta de cómo era la vida en ese pueblo pionero.

El pueblo de Otto no es el único lugar adelantado en el circuito matero. Él no fue el único en reaccionar rápido a la incipiente industria yerbatera de principios de siglo. El español don Pedro Núñez fue aún más veloz y veinte años antes que Bemberg, es decir, hace 110 años, decidió comprar 600 hectáreas, cuando nadie entendía para qué podía quererlas. No lo hizo de intrépido, es que tenía buena información. Así lo revela su bisnieta, Nanny Núñez, quien marca otra parada obligatoria en la Ruta de la Yerba, al abrir la estancia familiar Santa Inés, en Garupá, a quienes quieran internarse en ese paraíso tropical y comer sus deliciosas invenciones a base de yerba (flanes, tortas y hasta tragos) y otras delicatessens como el chutney de mango.

"Mi abuelo se adelantó porque su amigo Carlos Thays, que había estado haciendo estudios sobre la zona, le había anticipado que se iba a poder cultivar", revela Nanny con el halo de misterio que le da haber crecido escuchando semejantes anécdotas."Él había llegado en 1880, invitado por un hermano que ya estaba acá pero aunque tuvo un almacén de ramos generales y llegó a convertirse en el dueño de una firma naviera, pionera en remontar el Paraná, decidió apostar a la yerba gracias al consejo de su amigo". No cuesta nada sentarse en alguno de los coquetísimos muebles de época que yacen a la sombra de las frondosas galerías de la estancia, e imaginarse a don Pedro y a su prestigioso amigo Thays (el arquitecto y paisajista francés a cargo de los principales parques porteños), pensando en voz alta y diseñando el futuro. En la Ruta de la Yerba fácil es perderse en esas ensoñaciones, al menos hasta que los gritos de los monos o la visita de los tucanes vuelven a traernos al presente, a través de algo inevitable a lo largo de todo el trayecto: la sorpresa. Al igual que Santa Inés, otras estancias como Santa Cecilia, Las Mercedes o Santa Bárbara, esperan impacientes a quienes acepten el desafío de recomponer el rompecabezas de la historia del mate.

Un presente fértil. La escala final llega en el norte de Corrientes, que propone una "tarde de mateada" en los Esteros del Iberá. Tal vez sea ése el mejor momento para dejar de incorporar datos y permitir aflorar las sensaciones. Tomar mate en esos lugares, dónde los pueblos originarios lo hacían, puede que sea el punto más conmovedor del camino de la yerba. Desde la Posada Puerto Valle, lugar de encuentro entre el confort moderno y el estilo autóctono, las canastas de mimbre no sólo contienen yerba, incluyen también binoculares para salir a avistar aves de todo tipo y colores. Con la calma, en los bordes de los caminos rojos, lo que parece una maraña verde, comienza a revelarse como la inteligencia suprema, y deja percibir los millones de años de adaptación de cada ser en pos de aprovechar esa especie que en un terreno tan fértil, vale oro.

La Ruta de Yerba tiene personajes, tiene historia y mística. Pero es en la admiración de la inteligencia milenaria que yace en el paisaje y en cada mate, donde se encuentra el verdadero viaje. El viaje hacia los orígenes y misterios indescifrables de nuestras tierras y aquellos antepasados que dejaron su registro en el aire, en la selva y en la yerba.


Agradecimiento: Asociación Ruta de la Yerba Mate y Operador Cuenca del Plata