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Puerto Iguazú suma al espectáculo natural del agua y los miles de colores de la selva misionera y una ruta de la yerba mate para conocer todos sus secretos.
EN BOTE HASTA CATARATAS DE IGUAZÚ
Al avanzar más y más hacia cada boca de las Cataratas, las vistas se vuelven cada vez más espectaculares, ya sea las panorámicas del lado brasileño o las de abajo del lado argentino. Es difícil elegir bando, solo hay que dejarse empapar por la neblina acuática, seguir caminando y entregarse a la selva. Sentirse un ser tan minúsculo en esa inmensidad de furia ininterrumpida y voluminosa de agua cayendo todo el tiempo.
Dentro del barco permanecemos expectantes. Mientras navegamos, el río Iguazú parece todo tan calmado: la selva verde respira en la orilla, la cantidad de turistas no consigue tapar tanta cantidad de sonidos autóctonos, el magnetismo subtropical nos calma. Poco a poco, a medida que nos acercamos a una de las fauces, empiezan a rugir las cataratas y se apodera la tensión, hasta que llegamos al corazón del agua y una lluvia inédita cae sobre nosotros: todos esos litros de agua por segundo, durante muchos segundos, cada uno y todos sobre nuestros cuerpos.
EN EL PARQUE NACIONAL DE IGUAZÚ
Nos secamos con el sol del verano y el trasiego parsimonioso de una camioneta que nos lleva por los costados más interesantes de un parque con 677 kilómetros cuadrados por el que tenemos la esperanza de ver muchos animales. Hay que tener paciencia y no invadir. La chica que está al micrófono guiando el camino nos pide relajarnos y disfrutar del aire acondicionado natural que nos proporciona la selva.
Los coatíes que no veremos entre los árboles aparecerán más tarde, en torno a las estaciones del tren que atraviesa el parque, siempre tan proclives a que los turistas les regalemos golosinas. Sí que alcanzamos a divisar algunas familias de monos aulladores que nos escrutan con curiosidad. Y, poco a poco, la fauna misionera se deja ver con su infinidad de matices: loros, guacamayos, tucanes, lagartos.
El que nunca se ve pero está es el yagüarete (en otros países conocido como jaguar) presa tan codiciada por los cazadores furtivos. Todas las aves de esta región también lo son, pero el felino más grande de América Latina siempre está al borde de la extinción y hoy hay 105 ejemplares en todo el Parque Nacional Iguazú. Muchos de estos animales son rescatados del circuito de la trata ilegal, curados y devueltos a su hábitat natural por la fundación Güira Oga (en guaraní “casa de los pájaros”), que funciona en las afueras de Puerto Iguazú, también conocida como Ciudad de las Cataratas.
EN LA RUTA DE LA YERBA MATE
La yerba mate está en toda la provincia de Misiones, en toda la Argentina, por lo que es difícil establecer dónde empieza su camino. Por ejemplo, en Te amaré Maitena, uno de los mejores restaurantes de Puerto Iguazú, ofrecen un gin tonic refrescante y exquisito de yerba mate. Y en el Hotel Tourbillon, emplazado en las afueras selváticas de la Ciudad de las Cataratas, usan el mate para diferentes tratamientos corporales en su spa. Pero hubo un grupo de personas que pensaron en una Ruta de la Yerba Mate para la zona de Comandante Andresito, un pueblo nuevo fundado en 1980 que unificó a una serie de cooperativas, chacras y viveros. El nombre lo proporcionó Andresito Guacurarí, un cacique guaraní que a principios del siglo XIX encabezó un ejército para defender Misiones del arribo de los bandeirantes, los esclavistas brasileños que acechaban al territorio argentino desde el otro lado de la frontera.
Continuamos en las instalaciones de la Cooperativa Andresito, donde fabrican una de las marcas de yerba más vendidas en Argentina. Allí nos reciben los integrantes de la comisión directiva junto a Mauricio Bogado, uno de los impulsores principales de la Ruta de la Yerba Mate, quien nos muestra los secretos de la yerba mate a partir de una desconstrucción de lo se envasa en cada paquete, sus cuatro partes: la hoja gruesa, la hoja fina, el palo y el polvo. De marzo a septiembre, el secadero de yerba de la cooperativa puede llegar a albergar hasta 300 mil kilos de yerba. Cada año van incorporando nueva tecnología al procedimiento del secado, pero mantienen la forma que copiaron de los guaraníes, su manera de deshidratar la hoja con leña y fuego.
La última parada es en las instalaciones del Grupo Kassab, una empresa siria que produce yerba para un país donde, insospechadamente, se bebe mucho mate. En épocas de trabajo duro, aquí llegan a emplear a 300 personas entre la planta de secado y la chacra de cultivo de la planta. Antes de irnos, tomamos mate según la costumbre de Siria, entre banderas argentinas y cuadros con fragmentos del Corán.